Cada noche, justo antes de dormir, preparo un delicioso platillo y lo dejo en la mesa de la cocina con la luz apagada. Yo en realidad ceno ligero, pero a ellos les encanta. Algunas veces cocino pastas, pescados o mariscos, y otras, platos sencillos, como hot cakes o huevos revueltos, pero en cualquiera de los casos pongo mi mayor esfuerzo. 

Todo comenzó pocos meses después de mudarme a mi primer departamento. Era verano. La época en la que ciertas zonas de la ciudad se vacían y parecen pueblos fantasma porque todos salen de vacaciones a la playa o a ver a sus familiares que viven en el exterior.

A mí me encantaba ese barrio desde que era niña y fue la primera opción en mi lista cuando tuve la oportunidad de arrendar un espacio propio. Muchos me dicen que tuve suerte al alquilar un departamento tan acogedor a buen precio, cosa cada vez más difícil en esta ciudad, pero ahora he comprendido que es mi carácter el que me permite vivir tan tranquilamente aquí. 

Los primeros días fueron de mucho estruendo: meter muebles, hacer orificios para colgar cuadros, pintar paredes y traer cajas y cajas de cartón atiborradas de 25 años de vida. Fue tanto el estruendo que las semanas siguientes parecieron muy solitarias, pues no había el menor ruido cuando volvía del trabajo cada noche y ahí fue cuando comencé a escucharlos.  

Cada vez que me iba a dormir comenzaba a escuchar ruidos provenientes de la cocina. No podría decir que fuesen pasos ni algún sonido de personas al entrar al departamento, eran más bien sonidos de convivencia, como aquellos que ponen de fondo en las películas, en las escenas de restaurantes. 

Eran tenues pero claros sonidos de personas comiendo, moviendo los utensilios de cocina, chocando algún cubierto con el plato o sorbiendo un poco de agua. No eran sonidos que dieran miedo por sí mismos; sin embargo, la primera noche que me percaté, me aterró, me envolví en las cobijas y me quedé muy quieta hasta volver a quedarme dormida. 

Afortunadamente soy una persona adaptable y, con el paso de los días, los ruidos empezaron a parecerme normales y pude descansar sin problemas, incluso aunque algunas noches fueran más fuertes. Comencé a adoptar la idea de que un departamento viejo viene con sus propios sonidos acumulados por décadas y no tendría por qué perturbarme. 

Mi vida transcurrió en paz hasta que una tarde que salí a tomar café con mis amigas. Les conté sobre el tema y todas me miraron como si tuviera como roomie a la niña del exorcista, sin inmutarme. Raquel me dijo que existen yokais, que son algún tipo de fantasma, que se alimentan de las sobras de la comida que dejamos en las cocinas. No entendí muy bien su forma o motivo; sin embargo, la idea me interesó. 

Después de ese día no podía dormir tranquila, pensaba en que podría existir algún ser hambriento que se conformara con las migajas por las cuales ni siquiera las hormigas están dispuestas a hacer un camino.

Me decidí entonces a preparar un delicioso platillo. Cociné como no lo había hecho para ningún novio en mi vida y coloqué un plato de ramen en la mesa. Hasta ese momento no había pensado nunca en los horarios en los que aparecían los ruidos, así que, solo por noción general puse mi despertador a las tres de la mañana y me fui a dormir. 

A la hora indicada me levanté atolondrada entre las penumbras de mi habitación y caminé despacito por el pasillo que llevaba a la cocina. 

Entonces la vi entre las sombras: una criatura antropomorfa color amarillo, con enormes ojos negros hundidos como cráteres, su piel seca como acartonada, extremidades larguísimas y dedos muy delgados. Permanecía sentada a la mesa sorbiendo los fideos de arroz con una alegría desbordante. 

—Hace tanto tiempo que no probaba un alimento tan exquisito como este, ¿es jengibre? —me preguntó la criatura mirándome de reojo sin distraerse de los fideos y el caldo que se le desbordaba por las comisuras de los… ¿labios? 

Me quedé atónita contemplando la escena y no pude responder hasta que terminó de sorber hasta la última alga. 

—Jengibre y un poco de leche —dije en voz baja—. Ese es el secreto. 

La criatura puso su atención entonces en mí, me miró de la misma forma que hacía unos minutos yo la observaba: con una curiosidad genuina sin perder cada detalle… Miró mi rostro con detenimiento, mi pijama rosa estampado, mis calcetines viejos y sueltos. En esos momentos me di cuenta de lo extraña y extravagante que puede ser una persona cualquiera si se le mira con atención. 

—Tengo que agradecerte por semejante manjar que acabas de poner a mi disposición —me dijo agachando un poco la cabeza con un gesto que me pareció algo oriental.

Me acerqué a la mesa y me senté frente a la criatura con torpeza. Ella continuó mirándome, pero ahora con una expresión de gratitud y admiración. 

—Qué bueno que te gustó —atiné a decirle.

—¿Gustarme? ¡Me ha encantado! La mayoría solo deja migajas en sus cocinas, frutas rancias o algún pan duro.

—¿Tú te alimentas de pan duro? 

—Algunas veces, dependiendo de la casa que uno visite, pueden ser solo migajas de pan.

Reflexioné un poco y me invadió una profunda tristeza. Aquella criatura, fuese lo que fuese, no merecía comer tan solo migas de pan, y menos aún teniendo un paladar que gusta del sabor a jengibre. 

—Desde ahora yo te cocinaré, ¿te gustaría? 

Con el tiempo comenzaron a venir a mi casa otro tipo de criaturas fantasmales. Algunos tienen nombres y a otros yo misma se los invento. No siempre tengo la disposición de despertarme en las madrugadas para conversar con ellos, pero cada mañana los platos están limpios y acomodados en su sitio.

Cada noche, justo antes de dormir, preparo un delicioso platillo y lo dejo en la mesa de la cocina con la luz apagada. Yo en realidad ceno ligero, pero a ellos les encanta.

Imagen tomada de Pinterest.

Belén Meneses Rojas (Ciudad de México, México, 1993). Ejecutiva en recursos humanos. Estudió Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana, y se especializó en Sociología urbana. Ha participado en espacios y proyectos creativos de cine, literatura y divulgación. Es fundadora del canal de YouTube «Anteojos Sociológicos». Sus textos han sido publicados en las antologías Ruidos Ajenos (2013), Historias Mínimas (2019) de Endora Ediciones, y Abisal (2021) de Página Salmón; y en las revistas Penumbria y Página Salmón. Sus temas e intereses se centran en la fantasía, misterio, ciencia ficción, introspección, crítica, reflexión, estética, fotografía, arte gráfico, cine y música. Radica en Cancún, Quintana Roo.

soledad, misterio, fantasía, ritual, empatía, solidaridad

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